De Sasazuka a Hatagaya

Los últimos días del mes de Diciembre nos trajeron buenas sorpresas y disgustos a partes iguales. Apenas ocho días antes de fin de año nos tocaba cambiar de piso, pues el contrato de éste finalizaba y no pretendíamos renovarlo. Los gastos eran demasiado elevados, nuestro dinero iba siendo escaso y mudarnos a un piso de menor coste era otra manera de ahorrar, mientras seguíamos buscando trabajo apresuradamente.

Habíamos visto unos pisos por Tokyo City Apartments, una “agencia inmobiliaria” que gestiona, esencialmente, pisos en Japón para extranjeros. A precios elevados, bastante elevados, para las inmundas instalaciones que ofrecen, todo sea dicho. Habíamos realizado un depósito con ellos para asegurarnos que teníamos un lugar donde dormir antes del último día de contrato por si no encontrábamos otro piso nuevo y mejor mientras. Al final sí que lo encontramos, con la archiconocida agencia Sakura House, que lleva años gestionando alquileres tanto para locales como extranjeros, en pisos y también en hoteles.

Habíamos encontrado una casa por internet que nos gustaba mucho en el barrio de Hatagaya, muy cercano a Sasazuka, donde vivíamos (apenas diez minutos). En Sasazuka descubrimos un vecindario muy acogedor, cálido y carismático, con todo tipo de comercios que cubrían nuestras necesidades, cerca de puntos importantes, al lado del parque Yoyogi para hacer deporte y bien comunicado, así que no queríamos irnos muy lejos.

La avenida principal del barrio de Hatagaya.

 

Para los trámites fuimos a la oficina de Sakura House, en Shinjuku, donde nos atendió una amable agente coreana cuyo nombre no recuerdo, pero era muy dulce. Firmamos los contratos y pagamos la señal. Antes de irnos nos invitó a unirnos a un pequeño evento que tenían montado allí mismo por motivo de las fiestas de navidad, y decidimos unirnos un rato y tomarnos unas cervezas y algo de picar, todo gratis. Conocimos a unos cuantos chicos de allí, entre ellos a un chaval llamado Sungwoo, también coreano, bastante simpático con el que hicimos buenas migas. Nos dimos facebook, mail y quedamos en vernos pronto porque hubo muy buen rollo.

Fue el último día que le vimos, al final no le escribimos ni una sola vez.

Días más tarde fuimos a la oficina de Tokyo City Apartments a recuperar el depósito que habíamos dejado en su día y cancelar el alquiler. La cara del empleado que nos atendió fue de total incredulidad, diciendo que el depósito no era reembolsable si ya no queríamos el piso. Yo en la web había leído, en la página principal, “Depósito reembolsable” en letra negrita y bien grande. Y cuando firmamos, en ningún apartado ponía lo contrario. De hecho ni siquiera habíamos firmado un contrato, tan solo un cheque de resguardo. Ni siquiera cuando fuimos a ver el piso se nos informó de tales condiciones.

La calle de nuestra casa.

Puse el grito en el cielo mientras el jefe, un tipo afroamericano y por ende extranjero y con pinta de hombre de negocios muy henchido pero de poca monta parecía estar muy divertido con la situación. Conozco empresas que al menos devuelven una parte del dinero, pero éste tipo decía que nada, “ni un yen”, mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja con gesto avaro y frotándose las manos.

¿Era necesario ser tan mal educado y encima hacer chiste de la situación? Veía su cara distorsionada por la ira que sentía, su sonrisa exagerada y descomunal, de dientes deformes. Quería destruirle, mi irritación crecía desmesuradamente. Mis quejas y ademanes no sirvieron para nada y les espeté que nos estaban estafando por toda la cara. El tipo sonreía tal cual.

El parque de Yoyogi, donde solíamos ir a correr

 

Sé que la culpa fue nuestra por no habernos informado mejor o haber investigado más en vez de quedarnos en lo superficial, eso en primer lugar. Pero, igualmente, un empleado no puede omitir información como esa o dejarla sin mencionar cuando contratas un servicio similar. El agente francés que nos atendió en su momento también estaba y trataba de calmar la situación. Nos respondía que “era evidente que no era reembolsable” sabiendo que no nos lo mencionó entonces, como si nosotros tuviéramos que saberlo por ciencia infusa, mientras yo, ya subiendo el tono y haciendo aspavientos, le remitía al cartel de su página web. Él dijo que “sólo reembolsable para estancias de más de dos meses” o una cosa similar. Nadie nos comentó nada al hacer la reserva, insistí. Ellos se lavaron las manos.

Al final les amenacé con que consultaría en la embajada de España qué podíamos hacer, y que después tendrían noticias mías. No podía dejar ese dinero, 300 € por cabeza, perdido sin más y sin siquiera pelearlo. Ahí les cambió la cara. Especialmente al mencionado jefe, que sustituyó su sonrisa por una cara fría como un témpano de hielo. Me quedé mucho más a gusto y nos fuimos por la puerta sin decir una palabra más.

A la salida volvíamos a casa algo preocupados. Si nos quedábamos sin el depósito era un dineral perdido. Y ya no podíamos echarnos atrás con Sakura House porque habíamos pagado y ellos SÍ nos habían informado de que su depósito no era reembolsable y de todas las condiciones pertinentes. Tranquilicé los nervios diciendole a Pablo que lograría que nos devolvieran nuestra pasta, pues tenía una buena sensación acerca de ello. Lo de la embajada había surtido efecto, al menos en sus caretos, por lo que era una buena carta.

Al menos ahora teníamos un piso nuevo en un barrio nuevo, con gente nueva y nuevas posibilidades de encontrar trabajo, y en ese caso no habría problema con el tema de la pasta.

El resto del día lo invertimos en varios viajes de una casa a otra transportando nuestras pertenencias. Nos despedimos de Mika adentrándonos en el barrio de Hatagaya, a escasas calles más allá, para llegar a nuestro nuevo edificio.

La bienvenida fue de locura. Nos esperaba un tipo que pensábamos que era el casero o algo así, pero para nada. Era un hombre bajito y ojeroso, un tipo que no dormía, apenas cabeceaba; calvo, con gafas y algo de pelo a ambos lados del cráneo que le nacía tímidamente por encima de las orejas. Su actitud denotaba que llevaba tanto tiempo en esa casa que prácticamente consideraba que era suya y tal cual te hacía las advertencias propias de un propietario. Su nombre era Paolo, era un tipo italiano que hizo bastante infernal nuestra vida en el piso debido a lo desquiciado que estaba y sus bizarras costumbres.

Otros inquilinos del apartamento eran Chad, un australiano borrachuzo que sería nuestro compañero de piso más apreciado y con el que saldríamos por ahí a liarla; Alex, un americano que íba de Justin Bieber y que poco tiempo después sería deportado por estafarle pasta al estado; El Gótico, un gótico que había en casa y se pasaba el día jugando a la consola y chupando del internet y Maurizio, otro tipo italiano algo barroco y bohemio que aquel día no estaba.

Una nueva etapa de nuestra estancia en el país comenzaba con el nuevo piso, con más oportunidades, más gente y más experiencias para vivir.

 

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